viernes, junio 09, 2006

El Carrito de súper


Pocas cosas me molestan tanto como un carrito de súper que se va chueco. Me molesta que ocho de cada diez carritos sufran esta afección. Me molesta que no haya quien les enderece las llantas. Me molesta que toda vez que he elegido uno de éstos, me falten los bríos para devolverlo y tomar otro que sí ande bien. Me molesta que un carrito se vaya chueco y además tenga una llanta chipotuda. Me molesta que por ello haga ruido de metales.

Creo que es todo.

jueves, junio 08, 2006

Épocas de Polkas


Hace cien años había un instru- mento muy popular. Se llamaba Cilindro y no era otra cosa que una cajita de música, grandota y portatil que venía con un mono incluido, entrenado para dos cosas: danzar rítmicamente y pedir monedas con una tacita. Yo no viví en las épocas de gloria del Cilindro, cuando la gente, al escuchar que el melodioso instrumento se acercaba, salía a danzar polkas a su alrededor y a aplaudirle al mono saltarín. Yo no conocí esas épocas, pero han de haber sido maravillosas, de romántico ensueño, a juzgar porque entonces el jodido instrumento SÍ estaba afinado.
Un siglo ha pasado y hoy todo es diferente. De aquellos melódicos instrumentos sólo quedaron una centena de ruidosas carcazas. De esta manera, hoy, cuando se camina distraido por la Alameda, es común ser sorprendido por un estruendo, una rechifla poderosa, un ruido de frenos que chirrian, algo como el silbato del carrito de los camotes pero que con varios tonos, altos volúmenes y diferentes tempos, todo a la vez, supone tocar "Bésame mucho"... o "Hiedra Venenosa", no se sabe. Si el sorprendido transeunte llegase a superar el susto, éste regresa cuando se descubre al par de matones que, enfundados en uniformes caqui, con mirada amenazante, torturan el instrumento a placer. La gente ya no danza polkas a su alrededor y aquellos monos saltarines, atormentados por el infeliz bufar del Cilindro, seguramente escaparon con todo y su tacita, en búsqueda de un destino mejor.
Yo solía despreciar a los Cilindreros y a la gente que les daba monedas, hasta que alguien me explicó que el arte de aquellos no radica en su música, sino en su nostálgica capacidad para evocar lejanos tiempos. Convencido con esta teoría y con algo más de madurez, cada vez que me los encuentro me pongo sentimental, y emulándolos un poco, me da por ser también un artífice de la nostalgia, de manera que, arrojándoles un puñado de pesos de fierro, de ésos de la época de De la Madrid, me alegro que haya un mundo donde la importancia de mis monedas no radique en el nulo valor que poseen, sino en su enorme capacidad para evocar tiempos lejanos.

lunes, junio 05, 2006

El Amo del Disfraz



En la mera esquina de Patriotismo y Felix Cuevas hay un personaje que me es incómodo. Usa ropa muy fregada, el pelo como de trapeador y renguea una pierna exageradamente, como si de ella arrastrara un yunque. Yo he visto cómo fanfarronea con una supuesta lesión que le impide trabajar, pero déjenme decirles que cuando el semáforo me frena en esa esquina, el "lisiado" corre hacia mí, ligero como el viento e invariablemente se coloca frente a mi ventana, inclina la cabeza hacia un lado, como vencida por la miseria, me mira con sufrimiento y extendiendo una mano, me reclama por lo que a mí, asegura él, me sobra. Yo no suelo caciquearle las monedas a los necesitados, pero este hombre no es uno de ellos, sino un vivales que se vale de un buen disfraz para tomarme el pelo. Aunque no puedo comprobarlo, yo sé que el vivales no es más que un astuto baquetón que vive de engañar a los automovilistas; sano como toro y con piernas tan fuertes como las de un futbolista. Bien que imagino al miserable jugando al fut los domingos, comprándose caguamas con el dinero que me roba, chantaje en boca. Y por más que lo sé, cada que me agarra en el semáforo e inicia su poderoso acto pordiosero no puedo evitar darle unas monedas, debilidad que me enfurece. Por ello ahora, cuando me acerco a Patriotismo, miro con atención el semáforo y calculo la velocidad, tratando de que me toque, si no la verde, al menos la luz ambar, para seguirme de frente. Al menos eso intenté hoy en la mañana, sin saber que el fariseo, amo del disfraz, también tenía sus trucos bajo la manga, de ahí que cuando vió que me le escapaba se cruzó mañosamente, para obligarme a frenar. Así, ante la suciedad de sus maneras, me vi forzado a utilizar trucos aún más sucios, y mientras él se paraba en mi ventanilla, estirando la mano, yo fingí recoger objetos imaginarios bajo el asiento y cuando el golpeó el cristal, yo fingí una llamada telefónica. Pero ni con estos recursos --que hacen desistir hasta al necio Organillero-- vencí al fanfarrón. Cuando resultó ridículo fingir más, cedí. Y lo veo y me ve, y estira la mano, y hago como que me busco monedas, y le digo que no hay, y él inclina aún más la cabeza, con más dolor, con más miseria, y le muestro que sólo traigo billetes, y él se pega al cristal, y murmura algo que no oigo pero que imagino qué es, y miro el semáforo, que aún no se pone el verde, y él se señala su pierna, presuntamente mala y yo... y yo vuelvo a caer, esta vez con uno de a veinte.

Ahora, mientras escribo esto, imagino al Amo del Disfraz, feliz con su victoria, imaginándome a mí, postrado en mi escritorio, verde de neuras, imaginándolo a él.

viernes, junio 02, 2006

El Pulgar Opuesto


Hay muchas cosas que diferencian al hombre del mono, pero una es la más importante. No es ni el habla, ni el pulgar opuesto ni el dejar de aventarse caca desde los árboles, no. Aquí estoy hablando de compactar la basura, señores. ¿Es tan difícil eso? Uno agarra su envase de refresco vacío, abre un poco la tapita, lo apachurra y cierra la tapita. ¡Voila! ¿Creen que un mono hace eso? Uno se termina el cereal, aplasta la caja, la dobla en dos, la aplasta de nuevo, vuelve a doblarla en dos, la aplasta de nuevo y ¡Eureka! Hemos compactado la basura. Las latas de refesco se reducen a pisotones y las de metal van una adentro de la otra. ¿Los envases plásticos transparentosos de la lechuga, que uno los aplasta y vuelven a expandirse una y otra vez? ¡Pues también tienen su remedio: se les desmadra a tijeretazos! No hay motivo para no compactar la basura y evitar que se desborde por toda la cocina, luego la casa, luego el mundo. ¿Salvar a las ballenas? ¿Limpiar la capa de ozono? ¿Cuidar el agua? Qué madres... a compactar la basura y ya.

jueves, junio 01, 2006

Los Cajeros de mi Banco


En mi banco, los cajeros se creen tipos importantes porque están detrás de un cristal, manejan el dinero y usan un chalequito gris oxford, pero en realidad sólo son un montón de estúpidos que no alcanzan a ver más allá de su nariz. Por eso, cuando tratan al cliente, lo hacen desde un pedestal imaginario, un lugar altísimo desde donde les resulta imposible mirarte a los ojos, y en lugar de eso sólo teclean con la mirada puesta en cualquier lado mientras dicen: "mjú, mjú" a cada petición del cliente. Sin embargo, lo peor de todo es que en mi banco los cajeros no suelen atender las ventanillas. Uno podría olvidar pronto los malos modos, si es que saliera de ese asunto con prontitud, pero no. Los cajeros de mi banco se hacen odiar aún más, si esto es posible, ausentándose por largos periodos de las ventanillas, o de plano, no abriéndolas... Maldito monton de vagos y miserables.

Sin embargo, quién dice que en el fondo, aun cuando me sacan canas verdes, yo no admiro y envidio a esos cajeros de mi banco, hombres libres, espíritus indómitos, que aun siendo una veintena, optan porque, aunque afuera se haga un caos de gente, sólo tres de ellos atiendan las ventanillas, entregándose el resto a lo que en verdad disfrutan, niños al fin, que no es trabajar, sino andar por ahí, dando vueltas, picándose la cola y echando chistarajos con sus compañeros cajeros.