jueves, junio 08, 2006

Épocas de Polkas


Hace cien años había un instru- mento muy popular. Se llamaba Cilindro y no era otra cosa que una cajita de música, grandota y portatil que venía con un mono incluido, entrenado para dos cosas: danzar rítmicamente y pedir monedas con una tacita. Yo no viví en las épocas de gloria del Cilindro, cuando la gente, al escuchar que el melodioso instrumento se acercaba, salía a danzar polkas a su alrededor y a aplaudirle al mono saltarín. Yo no conocí esas épocas, pero han de haber sido maravillosas, de romántico ensueño, a juzgar porque entonces el jodido instrumento SÍ estaba afinado.
Un siglo ha pasado y hoy todo es diferente. De aquellos melódicos instrumentos sólo quedaron una centena de ruidosas carcazas. De esta manera, hoy, cuando se camina distraido por la Alameda, es común ser sorprendido por un estruendo, una rechifla poderosa, un ruido de frenos que chirrian, algo como el silbato del carrito de los camotes pero que con varios tonos, altos volúmenes y diferentes tempos, todo a la vez, supone tocar "Bésame mucho"... o "Hiedra Venenosa", no se sabe. Si el sorprendido transeunte llegase a superar el susto, éste regresa cuando se descubre al par de matones que, enfundados en uniformes caqui, con mirada amenazante, torturan el instrumento a placer. La gente ya no danza polkas a su alrededor y aquellos monos saltarines, atormentados por el infeliz bufar del Cilindro, seguramente escaparon con todo y su tacita, en búsqueda de un destino mejor.
Yo solía despreciar a los Cilindreros y a la gente que les daba monedas, hasta que alguien me explicó que el arte de aquellos no radica en su música, sino en su nostálgica capacidad para evocar lejanos tiempos. Convencido con esta teoría y con algo más de madurez, cada vez que me los encuentro me pongo sentimental, y emulándolos un poco, me da por ser también un artífice de la nostalgia, de manera que, arrojándoles un puñado de pesos de fierro, de ésos de la época de De la Madrid, me alegro que haya un mundo donde la importancia de mis monedas no radique en el nulo valor que poseen, sino en su enorme capacidad para evocar tiempos lejanos.