martes, abril 03, 2007

Tres metros después

En la Rosario Paliza de Carpio, diurna y vespertina, había un mocosete como de siete años que cada vez que me veía, invariablemente me gritaba algo como: "pinche pendejo chinga tu madre pinche puto chinga tu madre", palabras más, palabras menos y sólo a mí y a nadie más. Yo lo interceptaba cuando pensaba escapar y cuando le exigía cuentas, él suplicaba: "Ya... te metes con los chiquitos para pelear." Algo en él me conmovía y lo dejaba en paz. Tres metros después, arremetía: "Pinche pendejo chinga tu madre pinche puto chinga tu madre". Luego yo iba tras de él para exigirle cuentas y él corría y me tomaba el pelo de nuevo. Era un juego tan largo como uno quisiera. ¿Y a qué voy con esto? A que Becker, mi gato, chilla por las noches. A ninguna hora en particular, sólo le importa que sea a una hora en que yo ya esté dormido. El gato, que podría chillar en muchos lados de mi casa, prefiere hacerlo en mi puerta: "Miau, miau, miau, miau... etc". Yo, furioso, me paro y lo persigo para exigirle cuentas, y ya que lo arrincono, él suplica con su carita de mosca muerta. Incluso tiembla como si yo fuera un golpeador, que no lo soy. Algo en él me conmueve y lo dejo en paz. Tres metros después, arremete: "Miau, miau, miau, miau... etc". Luego yo voy furioso a exigirle cuentas y él corre y me toma el pelo de nuevo. Es un juego tan largo como uno quiera. ¿Y a qué voy con esto? A que si al mocosete como de siete años que, en la Rosario Paliza de Carpio, cada vez que me veía, invariablemente me gritaba: "Pinche pendejo chinga tu madre pinche puto chinga tu madre", palabras más, palabras menos y sólo a mí y a nadie más, le hubiera dado una buena patada en el culo, en lugar de conmoverme, para terminar de esa forma un tanto violenta, por qué no decirlo así, con ese estúpido juego donde sólo él se divertía, quizá yo habría aprendido que sólo los idiotas se conmueven de los abusivos y quizá, sólo quizá, hoy día no traería estas pinches ojeras ni habría pasado una noche de insomnio por culpa de un puto gato al que nomás no puedo echar, pues cada vez que planeo hacerlo algo en él me conmueve y lo dejo en paz, aun a sabiendas de que tres metros después habré de arrepentirme.