martes, febrero 06, 2007

De apariencia sencilla

De entre tantos trabajos que envidio, como el de encargado de objetos perdidos, director de casting de agencia de modelos o el de pollero (con los cuchillos y las tijerotas), sobresale uno: el de viene viene. Ah, qué buen trabajo es ése. Uno se para a la hora que le da la chingada gana, pone varias cubetas en la calle y cobra por quitarlas y dejar que se estacione la gente. Sin embargo, y haciéndole justicia a tan astuto empleo, hay que decir que el trabajo, aunque de apariencia sencilla, tiene su gracia, pues no sólo se trata de poner y quitar cubetas, sino también de menear un trapo y chiflar mientras se guía al estacionante. En el sobreentendido de que en este negocio no hay indicaciones obvias, al darlas es menester poner cara de circunstancia, como si todo fuera muy complicado y se estuviera enseñando al pendejo del conductor a usar la reversa por primera vez. Si hay varios cajones, se hace cara de que se está enseñando al pendejo a elegir un cajón y si sólo hay un cajón y sólo hay que meterse de frente, no importa, igual se hace cara de que se está guiando al pendejo a que se meta en ese cajón, en lugar de que choque contra un coche estacionado. Todo esto mientras se menea el trapo y se echan chiflidos. Afortunadamente --y para no hacer de este noble empleo algo agobiante-- al hacer todo esto no es necesario estar cerca del vehículo ni ver si el conductor lo está estacionando bien o si ya le dio un chingazo al coche de junto, sino que basta tener los huevos, como se dice popularmente, pa nomás chiflar y menear el trapo desde la esquina, donde se echa un taquito o se padrotea a una sirvienta, pues la cosa importante no es realmente ayudar, lo que se dice ayudar, sino nomás hacer como que se quiere ayudar y -esto es importante- que el conductor se entere de ello. Con eso basta. Entonces sí, cuando termina de estacionarse el caballero o la damita, es cuando se pone agotadora la cosa, pues hay que correr para exigirle el adelanto de veinte pesos por concepto de la ayuda y el futuro cuidado del carrito. Luego se discute un poco el porqué, se argumentan necedades y se hacen amenazas veladas, finalmente, colectar el dinero. El conductor amenaza con echar a la policía y uno sólo dice: "sí, sí, sí... lo que quieras". Terminada la faena, se regresa a la esquina por otro taquito o a seguir padroteando a la sirvienta. Y así todo el pinche día, cobrando de a veinte pesos los chiflidos.